Este artículo será ligeramente diferente al resto y bastante más subjetivo. Vamos a hablar del ritmo, un elemento fundamental en la música y con quien recientemente me reconcilié.
Si buscas, encontrarás muchas definiciones para el ritmo. Por lo general, hablan del orden de los sonidos respecto al tiempo, de la repetición de elementos fuertes y débiles o incluso del “movimiento de la música”. En todo caso, lo que más me gusta del ritmo es que está presente en otras artes, como la poesía, el teatro, el cine y la danza; y, por tanto, es intrínsecamente muy subjetivo. Sin embargo, si preguntas a cualquier músico, probablemente relacionará el ritmo con el siempre objetivo metrónomo.
Olvídate del metrónomo
¡Pero no lo mandes al reciclaje todavía! Ese aparato que todos tenemos en casa, que tanto nos ha ayudado cuando estábamos rítmicamente más perdidos que un bailaor en una sala de merengue, probablemente ya haya cumplido su función. En mi opinión, el metrónomo nos ayuda a:
- Hacernos una idea de la velocidad del material que estamos trabajando. A veces, ritmos como 80 o 110 ppm (pulsaciones por minuto) pueden ser difíciles de calcular en base al segundo (60 ppm). Para esos casos, este aparato nos puede ayudar mucho.
- Indicarnos si nuestro pulso se descontrola. Cuando un pasaje estudiado está considerablemente avanzado, se puede usar el metrónomo para comprobar si el pulso es coherente usando el metrónomo.
- En casos de grabaciones por pistas, nos puede servir de claqueta, facilitando muchísimo la sincronización entre varias voces de un grupo.

Aparte de estas funciones, no le he encontrado jamás ninguna utilidad. Por otra parte, sí que he visto grandes desventajas de obsesionarse con el metrónomo. Para empezar, te crea en cierta manera una dependencia que te dificulta mantener el ritmo en su ausencia. Por supuesto, si tocas habitualmente con músicos con muy buen ritmo, ellos sustituirán la función de éste, pero ¿y si la meta es preparar unas pruebas o un concierto solo?
Pero, sin duda, lo que más me incomoda del metrónomo es su capacidad para romper la espontaneidad. En música, hay una gran diferencia entre hacer y reaccionar. Entre actuar o interactuar, y seguir. De hecho, tocamos con “pianista acompañante”, y no “pianista seguidor” y esto se debe a que su trabajo no es pasivo, sino muy activo. El acompañamiento interactúa con el solista, siendo los dos activos. Esto es muy interesante, y si queréis nos podemos extender más en este aspecto en futuros artículos.
Eppur si muove…
Aprovechando la subjetividad del artículo de hoy, tengo que decirte que, en mi experiencia, lo que más me ha ayudado a construir el ritmo ha sido mover mi cuerpo. Piensa en el ritmo como un recurso para sincronizar tu cuerpo. ¿Alguna vez te has parado a pensar lo complejo que es correr? Cuádriceps, isquiotibiales, tibial anterior, gemelos, glúteos, abdominales, lumbares, músculos de los pies… Todos ellos se coordinan para que puedas correr. Y eso pasa sin pensarlo, porque sólo mantenemos un ritmo, y lo hacemos de forma activa.
Prueba con este ejercicio
En el artículo sobre afinación ya te comenté lo importante que me parece entrenar la escucha activa. En el ritmo sucede lo mismo, necesita actividad. Así que te propongo que te muevas para facilitar las cosas. Vamos a ver un ejercicio en tres niveles, que se puede complicar tanto como tu infinita creatividad te permita. Consiste en lo siguiente:
- Marca el pulso fuerte del compás con el pie. Ya sé que está mal visto tocar y marcar el tiempo con el pie. Por eso mismo, sólo lo usarás cuando cantes lo que estés estudiando mientras tanto. Centra toda tu atención en el ritmo, y no te preocupes si lo que cantas está muy desafinado. La cantidad de golpes de cada compás dependerá de la velocidad del fragmento, pero por lo general sería el primer pulso de un 2/4 o 3/4, y los pulsos 1 y 3 en compases de 4/4. Como consejo extra, este ejercicio lo puedes hacer cuando vas caminando por la calle.
- Añade la subdivisión con palmas. Me parece que ya lo decía el César, subdivide y vencerás. Así que ahora toca repetir el ejercicio anterior, pero añadiendo palmas. Esto te dará una imagen más clara de la continuidad del pulso y te ayudará especialmente gestionando variaciones rítmicas como accelerandi, ritenuti o cadencias.
- Póntelo difícil. A partir de aquí, el límite lo pones tú. Un patrón que suele funcionar bastante bien es mantener el pulso con el pie mientras quitas los pulsos fuertes de las palmas. De esta manera disocias el tiempo del contratiempo. También puedes hacer palmas en binario dentro de compases ternarios o viceversa. Seguro que se te ocurre algún patrón… aunque seguramente a estas alturas tu ritmo ya será muchísimo más estable.

Conclusión
No me gustaría acabar sin recordarte que no hay un ritmo que está bien y un ritmo que está mal; lo que sí que hay son ritmos coherentes y ritmos que no hay por donde pillarlos. Espero que el post de hoy te ayude a interiorizar el pulso de la música y reforzar tu coherencia rítmica en el escenario sin asistencia externa (sí, eso incluye tener los pies quietecitos).
Además, siendo rítmicamente coherente es mucho más fácil interactuar con el resto de intérpretes. No te quepa duda de que cuando te desarrollas de forma coherente, la interacción con el resto de instrumentos se convierte en una cuestión de comunicación. Y en el fondo, ¿qué es el arte, sino una forma hermosa y subjetiva de comunicarse?
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